Según la profecía del principio de los tiempos, tres dioses serían los elegidos, tres dioses de una misma generación, destinados a provocar un período de caos en tierras Egipcias, tierras fértiles pobladas por una de las civilizaciones más avanzadas del momento. Tres dioses cuya misma sangre sería el detonante para peleas que causarían el odio entre ellos.
Como toda predicción, se cumplió a su debido tiempo y fueron tres hermanos los protagonistas sin siquiera saberlo. El faraón, su padre, llegaba a sus últimos años. Dos fuertes chicos, ambos de fuerte carácter y bien educados tanto para el campo militar como para gobernar, y una hermosa pero peligrosa mujer, de apariencia dulce y seductora pero ocultando tras ella una mente despierta y calculadora.
A la muerte del faraón, fue ella, que albergaba a la diosa Isis en su interior, quien se quiso proclamar faraona de su pueblo por ser la mayor. Pero su hermano, Seth, preferia aferrarse a la ley en la que las mujeres no podian gobernar, por lo que se enfrentó abiertamente a ella, perdiendo el combate al ser asesinado. El más pequeño de la familia no parecía tener nada que decir sobre las peleas de sus familiares; Osiris prefería la vida como militar, al mando de todas las tropas de la corte mientras su hermana, Isis, era quien reinaba, concediéndole todas las facilidades que él pudiera querer.
Pero ella, cuya paranoia crecía día a día tras la muerte de Seth, empezó a temer que, con los años, fuese Osiris quien la matara a ella. Su paranoia se tornó en locura y obsesión ordenando, por igual, el asesinato de su otro hermano.
Cuando fue consciente de sus actos, Isis cayó en una profunda depresión, empezando a dejar a un lado sus labores como faraona, dejando a su pueblo casi olvidado por el dolor que la corroía al verse sola por sus propios miedos infundados.
Una noche de luna llena, dejó el palacio a manos de su más fiel servidor y se alejó, hasta llegar a donde después fue construido el Valle de las Reinas. Con un cuchillo de plata en sus manos, se bañó de su sangre empapando sus ropas, de lino y oro, de color escarlata, restando solo un cuerpo a modo de recuerdo de su reinado.